Desde que estamos en el vientre materno uno de los primeros contactos que tenemos con el mundo exterior es a través del sentido del oído, incluso antes de nacer ya las voces de nuestros padres nos resultan familiares, el latido del corazón de mamá nos hace sentir seguros y los sonidos muy estruendosos nos asustan.

Sin embargo, a la medida que vamos creciendo aprendiendo a hablar y a construir oraciones, vamos de forma inconsciente atrofiando nuestra habilidad de escuchar. Dice el reconocido presentador de CNN Ismael Cala que el arte del buen hablar consiste en saber escuchar,  yo diría “El arte del buen vivir consiste en saber escuchar”, vamos tan deprisa, tan en automático, que de pronto empezamos a ignorar los mensajes que nos llegan de afuera y de adentro, oímos pero no analizamos, no archivamos, no desmenuzamos el mensaje real.

Nos ponemos los audífonos de la indiferencia y estamos en los sitios de forma física pero con nuestra mente absuelta en otro lugar, en otro intervalo del tiempo, rebuscando en algo que pasó o divagando en algo que aún no ha pasado. Estar e involucrar todos los sentidos en un momento se ha convertido en un acto del ayer, en un animal extinto del que parecería solo puedes leer o recordar con hipócrita nostalgia.

Nos vamos convirtiendo en sordos intelectuales.

Sabemos pero no entendemos y no entendemos porqué no escuchamos. La humildad ya ha dejado de ser un valor agregado en una sociedad narcisista, en la generación del me me me, como publicó hace unas ediciones la revista Times; y entonces yo siempre tengo la razón y eso de escuchar es sólo para los que no manejan la información para los que no pueden valerse por sí mismo, para los que tienen tiempo, para otros, no para mí…. Error.

Los superiores no escuchan a sus empleados, los padres no escuchan a sus hijos, los hijos no escuchan a sus padres, las parejas no se escuchan… y a veces ni se hablan por estar en sus celulares. El gobierno no escucha a su pueblo, las empresas no escuchan a sus clientes, los países no escuchan a sus aliados y lo que es peor aún… no nos escuchamos a nosotros mismos.

La verdadera comunicación no empieza hablando, sino escuchando. Pero la cultura express, el dime rápido o ahora no, el cuéntame luego o eso ya me lo habías dicho, la sustitución de la conversación por el frío e inexpresivo mensaje de texto nos va convirtiendo en maquinas que ejecutan en base a un código de fábrica, que están programadas para realizar una determinada acción y cualquier factor externo que altere su modo operandi no será bienvenido.

Escuchar nos puede despertar  y muchos prefieren quedarse en la siesta un poquito más. Escucharnos puede abrirle la puerta  a miedos prehistóricos que se alojaron sin previa invitación.

Pero también puede hacernos más valientes, más complejos, más sabios y sobretodo más humanos.